Cada vez más usuarios optan por jubilar su televisor e instalar en su salón una pantalla plana. Además de ser más atractivos y de ahorrar espacio, estos dispositivos proporcionan grandes prestaciones y calidad de visualización. Existen dos tecnologías principales: el plasma y el LCD.
Hace años que el televisor forma parte del equipamiento básico de cualquier
hogar y las innovaciones tecnológicas obligan a cambiarlo cada cierto tiempo.
De ahí que las ventas de estos aparatos siempre se cuenten por millones.
Ahora bien, desde hace cinco años el mercado se muestra imparable: la
Asociación Nacional de la Industria de Electrodomésticos (ANIEL) señala un
crecimiento del volumen de negocio del 36% con respecto a 1997. Las pantallas
planas son en gran parte responsables de este dinamismo del mercado: de los
tres millones de televisores que se vendieron en España en 2004, al
menos 370.000 ya eran de plasma o cristal líquido (LCD), las dos
tecnologías que se disputan el mercado.
Ambas hacen posible el diseño de pantallas de apenas 10 centímetros de
grosor que se pueden colgar cómodamente de la pared como si fueran cuadros, y
permiten disfrutar de emisiones televisión o películas de cine con una gran
calidad de visualización. Sin embargo, se diferencian en su funcionamiento.
Gases luminosos
En el corazón de las pantallas de plasma se esconden unas diminutas
celdas que contienen un gas, normalmente neón, argón o xenón. Al
recibir una descarga eléctrica, el gas emite una luz ultravioleta que a su
vez pasa por un filtro de fósforo rojo, verde o azul, los tres colores que
forman cada píxel. El resultado son imágenes de un gran contraste (en torno
a los 5.000:1), brillo (en torno a las 1.500 candelas por metro cuadrado) y
profundidad de color. En todos estos aspectos supera a su competidor,
el LCD. Otra de las ventajas comparativas del plasma es que
proporciona un ángulo de visualización mayor de 160 grados,
lo que permite al usuario ver la imagen correctamente desde cualquier parte de
la estancia.
Eso sí, el plasma fue originalmente pensado para diseñar pantallas de
grandes dimensiones por lo que es difícil encontrar tamaños inferiores a las
40 y una buena calidad de imagen. Además, esta tecnología presenta algunos
inconvenientes que han provocado que, aunque su llegada al mercado fuera
anterior a la del LCD, sus ventas actuales sean menores. Para empezar, a veces
aparecen píxeles defectuosos que no arreglan de ninguna manera. Además,
estas pantallas consumen más energía y son más pesadas. Y, en ocasiones se
produce el llamado efecto burn in, por el cual las imágenes se quedan
sobreimpresas durante unos segundos. En cuanto a la vida útil, el
plasma alcanza las 30.000 horas, más que suficiente para el consumidor doméstico,
pero no tanto como el LCD que llega a las 50.000.
El cristal líquido pega fuerte
Las pantallas LCD, basadas en las moléculas de cristal líquido,
tienen cada vez mejor acogida. A ello han contribuido el descenso de precios
que han experimentado en los últimos meses: hoy ya es posible hacerse con un
modelo de 32 por menos de 2.000 euros, algo impensable hace un año. Funcionan
a partir de una fuente de luz que se sitúa en la parte trasera y se proyecta
sobre las moléculas que, a su vez conforman, los píxeles. Esta
tecnología no sólo es menos complicada que la de plasma, sino que lleva ya años
funcionado en los monitores informáticos, lo que facilita su introducción en
el mercado de los televisores.
La principal ventaja con la que cuenta es la resolución: del orden de
1.024x768 píxeles o superior. Eso sí, también en este caso pueden
aparecer píxeles defectuosos y el brillo, el realismo de los colores y el ángulo
de visualización son menores que en el caso del plasma. Con todo, los
consumidores parecen estar decantándose por esta opción: según la
consultora IDC el negocio del cristal líquido pasará de los 2.800 millones
de euros que movió en el 2004 a los 5.370 en 2007.